En medio de la nebulosa mental que me asiste, a veces vuelvo a la playa de los instantes vividos, a recoger esos restos de memoria que se desperdigaron por la orilla como las conchitas de mar que hacen las delicias de los buscadores de piedras bellas.
En ese reguero de descuidos está la infancia, la ilusión desbordada y los amores ocultos.
Ya da miedo pasear hacia atrás porque el presente se viste de una realidad que evidencia que nunca más seremos lo que fuimos, que la locura adolescente no volverá a dejarnos noches en vela hablando de poetas, fumando lo prohibido y lanzando la arrogancia a borbotones por las ventanas abiertas de nuestras almas.
Ahora, casi todo está hecho y las maletas vacías no recuperan el ansia de los viajes clandestinos. Hay una decadencia escrita en cada hombre, en cada mujer que como trazo de un mapa hay que recorrer sin excusas. Es en esta etapa de sopor, estupor y desidia donde se agolpa la angustia por vivir la vida que no queremos.
Ayer intentábamos ser proyectos de alegrías, inventar cada noche en nuestras camas el ardor con el que un día fundimos los sexos de la humanidad en una sola esencia y hoy nos chocamos con un paciente estar lado contra lado hilando respiraciones y soñando sueños diferentes que se desvanecen cuando el reloj de las obligaciones nos llama a filas.
Es la ley de la vida. Un ir hacia delante acumulando plazos vencidos de costumbres, rendiciones y consentimientos; negándonos poco a poco y retirándonos al silencio donde veranean eternas las cualidades omitidas y residen enfermas las pasiones que fuimos capaces de elaborar cuando aún la inocencia nos llenaba el estómago.
No es fácil recuperarse. La apatía severa, mal de los mayores, entra con rigor desplegando su ejército de síntomas adversos y como a Gulliver nos amordaza clavándonos al espacio que pisamos sin que veamos más horizonte que el muro de enfrente.
El diagnóstico es severo y el remedio sólo existe en nuestros corazones; horadados por las calamidades, atravesados por dolores intensos que dejan huellas permanentes. Los amigos están sujetos a su propio calendario, los paisajes parecen iguales y cuesta saltar al vacío sin amortiguadores. Salir de esa colmena exige un alto pago y un pormenorizado plan de recuperación vital. Iniciarlo es cosa tuya.
No hay comentarios:
Publicar un comentario