
El castigo de la crisis retumbó feroz dejándola sin empleo y de un minuto a otro la valía, el reconocimiento y el saber profesional corrieron calle abajo como corre el agua torrencial de la lluvia cuesta bajo hasta hundirse en el río del olvido. A partir de entonces tuvo que trabajar en vivir sin trabajo y esa tarea se hizo compañera de las mañanas, las tardes, los días, las semanas, los meses y los años; costumbre que fue rumiada como una pasta indigesta, aborrecible, amarga y difícil de tragar. Cayó el telón que puso fin a una obra y comenzó sin permiso otra cuyo guión ya no le pertenecía.